De nuevo en un lugar de la mancha...

jueves, 22 de julio de 2010

Como arena entre los dedos

Llegada cierta edad, así es como se nos va la vida, como arena del desierto entre nuestros dedos.

Puedes intentar juntar los dedos para que caiga más despacio pero, aunque sea poca, seguirá cayendo y llegado cierto momento soplará el viento y se terminará por llevar toda la que te quede en las palmas de las manos. Puedes intentar retenerla cerrando las manos, pero te fallarán las fuerzas y no podrás hacerlo.



Durante toda mi vida he tenido la inmensa suerte de disfrutar de mis cuatro abuelos. Todos de la misma edad, nacidos en el mismo año, 1928. Todos han sufrido una guerra sangrienta siendo unos niños, infancias durísimas y los disgustos que te trae la vida de vez en cuando. También han sido muy felices y han gozado viendo a sus hijos y nietos crecer, enseñándonos, mostrándonos la vida.

Ahora, ha llegado el momento en el que la vida se les empieza a escapar. Con 82 años lo que tienen ya no son achaques o dolores de rodilla, a esa edad los problemas son serios. Aunque pueda resumirse en una cosa: vejez.

Durante estos últimos meses que me he quedado sin empleo he podido convivir más con ellos, seguir su evolución vital al día, los problemas personales de cada uno de ellos, su medicación, sus penas, sus miedos,... su vida. Por esto, me considero un privilegiado, gozaré de ellos hasta al final si puedo.

Una de ellas se nos ha escapado, aunque siga aquí su cuerpo. Unos días antes de irme de viaje ya no pudo despedirse de mí. La mirada perdida, la indiferencia en cuanto a un viaje tan largo de un nieto, su inusual inactividad y su inconsciente frialdad en los besos me confirmaron que ella ya no estaba ahí.

La ceguera está apartando de la luz y de nuestro rostro a otra, ahora también la enfermedad y la hospitalización. La responsabilidad extrema de uno de ellos le hace pasar por estados de depresión. El otro, no deja de hacerme sonreir cuando le recuerdo.
Con esto he podido comprobar cómo se les va escapando la arena entre las manos y he comprendido lo irreversible que es el que algún día, cada vez más cercano y sin previo aviso, soplará el viento.

Ese día, estaré triste por despedirme, pero contento, por lo que me han dado, por lo que les he dado y porque tengo la esperanza de volver a verlos.

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