Llegamos pronto, cuando aún no había luz en el escenario. Llegamos en taxi, abordo de uno de esos Chevrolet con 3 plazas en la parte delantera, formas abombadas... uno de esos coches americanos de los 40 - 50, reminiscencias del pasado yankee de la isla.
Un olor a humedad y tabaco puro cubano fue el primer estímulo que llegó a nuestros sentidos nada más atravesar el umbral de entrada, un hueco entre las rocas. Ese olor, en ese lugar... es lo propio de una cueva de esas características.
La cueva del pirata es el nombre de un garito. No sé si lo denominarán así en Cuba (no creo) y no se si todo el mundo lo llamaría así. Algunos que yo conozco lo llamarían antro.
El lugar es uno de esos lugares genuinos, puros, que guardan la esencia de ese maravilloso país que es Cuba, la esencia del sabor isleño y caribeño. Rodeado de lujosos complejos hoteleros de entrada exclusiva en Varadero, de esos de pulsera, se encuentra este lugar, una sala de fiestas-cabaret en la que todo es fantasía, color y música, pero donde si uno rasca un poco se encuentra de lleno con un poco de esa miseria que tanto abunda por desgracia en la Cuba de hoy en día y que para muchos de sus habitantes permanece oculta.
Acomodado con mis compañeros de facultad en una mesa para 8 personas, justo al pie del escenario solo tuvimos que esperar unos minutos con nuestros daikirís mientras veíamos pasar gente hacia la parte de detrás del escenario y... comenzó el espectáculo.
No sabíamos que lo había, de hecho fuimos pensando en una discoteca del estilo de las que solemos encontrar en Europa. Así que muchos calificaron el espectáculo como casposo. Claro, si lo comparas con España a día de hoy, pues sí que lo es, pero situandolo en el contexto correcto, creo que es digno de ver.
Asistimos a un espectáculo de variedades, típico, lleno de colores, vestidos con volantes, piernas, baile y cantantes. Los bailarines ciertamente tenían una pinta un poco repelente, las bailarinas (por lo bajo del techo de la cueva) parecía que en algún porté se iban a partir la cabeza contra alguno de los salientes del techo.
Mesas con ule, solo parejas en el resto de mesas, flores de plástico y luz de neón violeta, de esa que hace brillar la ropa blanca; pero lo más llamativo eran los trajes remendados, las costuras estalladas y los trajes de noche ampliados de la espalda al tiempo que la vedette engordaba y en repetidas ocasiones con tela lo más parecida posible. La misma miseria que existe en las farmacias de estanterías vacías o los colegios sin lapiceros que existen en el centro de La Habana.
Se les notaba el paso de los años, al cantante principal y a la vedette, se les notaba por alguna foto que había allí. El resto, todos jóvenes, al menos tienen trabajo. Un chico bastante joven, mulato, alto y que se parecía bastante a Will Smith era el otro cantante y verdaderamente nos dejó atónitos con su voz y como cantó My Way de Frank Sinatra.
P.S. En favor del lugar, he de decir que nos fuimos demasiado pronto o no acertamos con el día, porque he visto videos en los que aparece la gente bailando como en una discoteca cualquiera de "las nuestras".
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