Siempre de negro, como su mundo, vestida a la antigua usanza y peinada como ya apenas se vé a nadie, con su pelo totalmente blanco, largo y recogido en un moño perfectamente redondo, como una semiesfera en la nuca.
La vejez la hizo ir cambiando el color por la oscuridad, las cataratas la llevaron a no podernos ver, pero no por ello dejó de sentirnos y conocernos, aunque fuese mediante imágenes creadas en su mente. Si una bisnieta hacía la primera comunión, tocando un poco el vestido, ya se podía hacer una idea de lo guapa que iba.
Verdaderamente pertenecía a otro siglo, pero al siglo completo, al XX. Pasó dos guerras mundiales, una civil, dictadura, democracia y sus propias guerras; quizá las más difíciles, sacando adelante a 5 hijos de edades muy cercanas.
Recuerdo cuando llegaba a casa de mi abuela y allí, sentada en el comedor, con la mirada perdida pero la mente totalmente encontrada, estaba escuchando la radio a través de un transistor de mi abuelo. Eso la mantenía aquí, en el mundo y en la actualidad (sabía el tiempo, las noticias, acontecimientos,...). A veces, allí sentado con ella me contaba sus historias, lo que había vivido o lo que había escuchado esa misma mañana.
Tenía una capacidad asombrosa para valerse por sí misma dentro desus posibilidades. Conocía todas las casas en las que se hospedaba (las de sus 5 hijos) a la perfección y dentro de su ceguera iba al baño sola, a la cocina, al comedor... y mientras nadie cambiase nada de sitio, lo encontraba todo a la primera.
Comía sola, de todo, y si se le pretendía ocultar que había alguna comida que no le fuese bien pero que le gustaba, como la sandía, podía descubrirlo y decía: "parece que huele a sandía, ¿no? anda, dadme un cachito". Y si la preguntaban que cual era el secreto de su longevidad, ella decía siempre lo mismo: "Comer bien y no tomar medicamentos".
Cuando llega el verano, que es cuando venías, me acuerdo muchas veces de tí.