Me embarqué en él hace mucho tiempo (para mí es poco, porque me gusta mucho).
Navegando por la vida, un día comenzó a hacer aguas.
Yo, muy preocupado por mi barco, como es lógico, comencé a tomar medidas para que no se estropease más, yo lo cuido lo mejor que sé, procuro que no le falte de nada y le doy todo mi amor.
Ante esos problemillas, en el astillero me dijeron la causa y se habló.
Yo, enterado de lo que había que hacer, me puse manos a la obra. Es una tarea larga y minuciosa por el cuidado que hay que tener para no dañar nada, pero merece la pena, por lo bonito que es el barco, pero sobretodo por lo que le quiero.
Estaba en ello, pero he aquí tapando una fuga, otra y otra, aparecían otras diferentes, muy pequeñas y de poca importancia por separado, pero que juntas ya estaban desestabilizando el barco.
Según me explicaron, el estado del barco se podía arreglar, pero iba más allá de arreglar fugas puntuales. Tenía que ver con mis hábitos con él, que lo estropeaban sin querer, mi personalidad con él. Había un daño en el casco entero.
Allá que fui, me hice más cuidadoso para cuidar de él y al darme cuenta de que mis actuaciones podían no ser correctas, giré el rumbo y también comencé con una nueva dirección, mejor para el barco, viento a favor, de frente a las olas, acometiendo todo de frente, que es como mejor se pasa el oleaje.
No abandonaré nunca, son demasiadas tormentas las pasadas en el, por lo que le quiero, me hundiría con él aunque eso no vaya a pasar.
Le ha salido otra fuga
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